viernes, 4 de febrero de 2011

Destellos, tercera parte.

Pum, pum.
Pum, pum.
Pum, pum.
(Heartbeat)

Oía su respiración entrecortada, y el vaho le limitaba la visión. Las farolas llevaban ya despiertas unas cuantas horas, y su luz tenue alumbraba el camino de vuelta. Últimamente había perdido la costumbre de mirar a los dos lados cuando iba a cruzar una calle, y recordó la mirada inquisitoria del padre que esperaba el verde con su hijo de esa misma tarde. Agachó la cabeza y siguió a lo suyo.

A esas horas sólo se ven parejas en los coches buscando lugares poco románticos y a algunos noctámbulos paseando a su perro, o simplemente paseándose. Buscan unos tacones despistados que vuelvan a casa estruendosamente, rompiendo el silencio de las calles y llamando su atención.

Hacía frío, y el suelo estaba mojado. Debía de haber llovido mientras que él estaba dentro. Podía ver las siluetas distorsionadas de la realidad en ese mundo paralelo que hay debajo de los reflejos. Algunas líneas blancas del paso de cebra le hacían resbalar, e intentó pisar sólo la calzada desnuda. Aquella plaza tenía 5 salidas y ninguna entrada.

Dejó que una gélida bocanada de aire inundara sus pulmones. Y bostezó. No estaba realmente satisfecho con aquella noche y todavía le quedaba un largo trecho. Olvidó lo que le gustaba pasear a solas por las noches de Madrid, y sólo pensaba en llegar a su destino.

Tenía las manos fuera del abrigo, y llevaba ya 21 mensajes de borrador. Muchos de sus dedos ya se habían declarado en estado de guerra contra sus pensamientos y se paró un segundo a pensar.

Ya había pasado por allí antes. 

A diario recorría los mismos rincones secretos de la ciudad, pero hoy tenía los pies fríos. Se puso la capucha del abrigo. Ver el amanecer no sería una buena idea, y deseó que fuese de noche para siempre. Pero sólo fueron un par de pasos los que esta idea estuvo retenida en su cabeza.

Seguía ensimismado pulsando teclas y más teclas. Notó su cuerpo mojado y entumecido. Pero la pantalla estaba seca. Una serpiente de cascabel recorrió su espalda y le mordió en el cuello. Por un momento todo le pareció extraño. Los balcones, las alcantarillas, las paradas de autobús y hasta telefonillos de los portales. ¿Quién los había puesto de repente? Se dió cuenta de lo absurdo que parecía todo aquello dispuesto de esa manera. No le resultaba familiar. Pero había llegado a su destino. 

Se había dejado empujar por el Cosmos y sus ganas de llegar a algún sitio habían hecho el resto.

Volvió a acostarse con el hambre incipiente y la mirada cansada.

Demasiadas emociones por minuto en este "nocturno viaje al Sol."

-S.L.H.