sábado, 12 de noviembre de 2011

Interludio.


(Septiembre, tardío. Final del Holoceno. Comienzo de la nueva glaciación.)

Esta fue otra noche más en la que esas piernas callejearon para no pasar por delante de aquella puerta. En todo momento supo la posición relativa que ocupaba en el rango espacial de tres manzanas más arriba o menos abajo y por eso no pisó la paralela o la perpendicular más cercana. 

Fueron las farolas, la acera, el portal, las llaves, los tacones, el espejo, el ascensor . ("escupe lo que eres a las seis de la mañana, no hay alcohol") 

Y un surco de inestabilidad que se balanceaba sobre sus pómulos.

Los pies encuentran la alfombra. Las llaves y el bolso se reúnen en el suelo. El vestido se desviste del cuerpo de mujer que lo lleva puesto y se liberan las formas. La belleza más inmediata predomina al instante. Sin más pasiones que el peso de una anatomía derrotada y consumida por un gasto energético exacerbado  se da paso al decúbito supino sobre el edredón. Los músculos se relajan pero no se desentumecen. La imaginación se ha quedado enredada en el techo y no puede bajar. Su realidad se convierte en una esfera monotemática de la que es difícil escapar.

Hoy tampoco ha sido el día. Desde hace un tiempo ya nunca es ese día. Porque el invierno ha llegado a su habitación antes de tiempo. Antes incluso que el insomnio o la lluvia que golpeaba incesantemente sus pupilas desde hace tiempo. Y ahora  por las noches ya sólo siente frío. En todas sus manifestaciones artísticas y culturales.

(...)

Su ropa la observa desde el respaldo de la silla. Siempre coloca así las chaquetas y los vestidos para que parezca que alguien le acompaña en la penumbra. Le gusta pensar que en la clandestinidad umbría de su habitación hay una silueta antropomorfa que vela por ella en la noche ahuyentando sus miedos, despejando toda traza de soledad e instruyéndola en la esperanza para que las dudas o la incomprensión se conviertan en seguridad y confianza. Transmitiéndole un calor distinto al que se siente cuando lo lleva puesto.

Porque, ¿cuántos Marios conociste y a cuántos permitiste que te conocieran? 
¿Cómo de perfecto era hasta ese momento crítico en el que sabías que todo hubiera cambiado? 
Con cualquiera de ellos, por cualquiera de ellos.

Pero decidiste que no fuera así. Huías.
Preferiste no dejar entrar al sol y respirar siempre el mismo aire viciado.

Y ya no le quedan más Noches De Verano, ni los Sueños De Una que gastar.

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